Evangelio: (Mc 1, 40-45)
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero, cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
Santa Faustina anotó en su Diario (D. 1089)
“El catorce de abril me sentía tan mal que me levanté con esfuerzo para ir a la Santa Misa. Me sentía más enferma que cuando me habían enviado a la curación. Tenía un fuerte estertor y una respiración ronca en los pulmones y unos dolores extraños. Al recibir la Santa Comunión, yo misma no sabía por qué, o mejor dicho, qué cosa me empujaba a esta oración y comencé a rezar de este modo: Jesús, que Tu Sangre pura y sana circule en mi organismo enfermo, y que Tu Cuerpo puro y sano transforme mi cuerpo enfermo, y que una vida sana y fuerte palpite en mí, si es Tu santa voluntad que yo me ponga a esta obra, y esto será para mí la señal evidente de Tu santa voluntad.
Mientras así rezaba, súbitamente sentí como una sacudida en todo el organismo y de repente me sentí completamente sana. Tenía la respiración limpia como si nunca hubiera estado enferma de los pulmones ni sentía dolores y para mí era la señal de que debía ponerme a la obra”.
- ¿Tus encuentros con Jesús vivo están llenos de fe?
- ¿Cómo es tu confianza en situaciones difíciles?
- Háblale a Jesús sobre tus dudas, sobre la falta de fe en Su Presencia en tu vida, y pídele al Espíritu Santo la gracia de una fe viva.