La cruz del Calvario, la cruz sobre la que Cristo dirige su diálogo final con el Padre, surge del corazón mismo del amor que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, le ha sido entregado como regalo, según el designio eterno de Dios. (Rico en Misericordia, 7).
Quizás surja en nuestro corazón la pregunta en situaciones de sufrimiento: ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué mis seres queridos? ¿Por qué tanta cruz en mi vida? El sufrimiento siempre es difícil y va en contra de la naturaleza humana: no fuimos creados para sufrir. Dios no quiere nuestro sufrimiento.
¿Cómo, entonces, entender las palabras que dicen que la cruz de Jesús “surge del mismo corazón de amor que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y le ha sido entregado como regalo, según la eternidad de Dios”?
Jesús accedió a tomar la cruz por amor. Por amor, tomó todos nuestros pecados y nuestros sufrimientos sobre sí mismo, para que no nos quedáramos solos en ninguna de estas experiencias.
Por amor, el Padre misericordioso envió a su Hijo al mundo para salvarnos, a través de la cruz. ¡Porque sabía que por su sufrimiento seremos salvados!
¿Agradeces a Jesús por su amor misericordioso, que lo llevó a la cruz para salvarte?
¿Cómo aceptas los sufrimientos que te encuentras?
¿Puedes confiar en Dios, creyendo que el Padre misericordioso puede sacar un bien de cada sufrimiento en tu vida?
“Oh Dios que con una sola palabra habrías podido salvar miles de mundos, un suspiro de Jesús habría satisfecho Tu justicia. Pero Tu, oh Jesús. Te entregaste por nosotros a tan asombrosa pasión únicamente por amor. La justicia de Tu Padre habría sido expiada con un solo suspiroTuyo y todos Tus anonadamientos son exclusivamente actos de Tu misericordia y Tu amor inconcebible.” (D.1747)
“Veo que Dios nunca permite [sufrimientos] por encima de lo que podemos soportar. Oh, no temo nada; si manda al alma grandes tribulaciones, la sostiene con una gracia aun mayor, aunque no la notamos para nada.“ (D.78)