“Oh Jesús dulcísimo, que Te has dignado permitirme a mí miserable
conocer esta insondable misericordia Tuya; (…)
he aquí hoy tomo en las manos estos dos rayos
que brotaron de Tu Corazón misericordioso,
es decir, Sangre y Agua,
y las derramo sobre toda la faz de la tierra
para que toda alma experimente Tu misericordia
y, al experimentarla, la adore por los siglos infinitos”.
(Diario, 836)
¡Queridos Apóstoles de la Divina Misericordia!
La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo son los más grandes y preciosos misterios de nuestra fe. Los vivimos una vez más con toda la Iglesia en nuestra vida cotidiana. En Él – en Jesús Crucificado, Resucitado y misericordioso – está nuestra esperanza, nuestro rescate y Salvación. Entonces, abramos nuestros corazones a las profundidades infinitas de la misericordia de Dios, que tiene el poder de transformarnos, renovarnos y sanarnos, a nosotros y a quienes nos rodean.
Que el vivir este tiempo pascual – el tiempo de la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte – inflame nuestros corazones con el deseo de que cada persona conozca y experimente el amor misericordioso de Dios. Junto con Santa Faustina, con confianza tomemos en nuestras manos los dos rayos que brotaron del Corazón misericordioso de Jesús y enviémoslos por toda la Tierra, para que a través de nuestras obras de misericordia y oración persistente, la misericordia de Dios se derrame sobre el mundo entero.
¡Que pasen una gozosa y serena Fiesta de la Resurrección del Señor!
Con nuestras oraciones y saludos de Pascua,
hna. M. Emanuela Gemza ISMM
con las Hermanas del «Faustinum»