”Además María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado —como nadie— la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina. Tal sacrificio está estrechamente vinculado con la cruz de su Hijo, a cuyos pies ella se encontraría en el Calvario. Este sacrificio suyo es una participación singular en la revelación de la misericordia, es decir, en la absoluta fidelidad de Dios al propio amor, a la alianza querida por El desde la eternidad y concluida en el tiempo con el hombre, con el pueblo, con la humanidad; es la participación en la revelación definitivamente cumplida a través de la cruz” (Dives in misericordia, 9).
Durante toda su vida, María fue fiel a su FIAT que pronunció en el momento de la Anunciación. Su SÍ a Dios significaba: ¡Que sea como Tú quieras! Ella lo repitió también cuando estuvo junto a la cruz de su Hijo. Todos los sufrimientos y penurias de su vida y todo su amor los unió al sacrificio de Jesús por la salvación del mundo. Participar de la revelación de la misericordia en el mundo es, como María, ponernos a disposición de Dios y ofrecerle, en unión con Jesús, todo lo que vivimos para la salvación de las almas.
Al comienzo de cada día, ¿le hablas a Jesús lo que tendrá lugar?
En las decisiones que tomas, ¿le dices a Dios, como María, «que sea como Tú quieras»?
¿Qué es exactamente lo que quieres ofrecerle a Dios para la salvación de las almas en la próxima semana?
”Entonces oí en el alma estas palabras: Las plegarias, los ayunos, las mortificaciones, las fatigas y todos los sufrimientos, los unirás a la oración, al ayuno, a la mortificación, a la fatiga, al sufrimiento Mío y entonces tendrán valor ante Mi Padre” (D.531).
”Dulce María, une mi alma a Jesús, porque sólo entonces podré resistir todas las pruebas y tribulaciones, y sólo mediante la unión con Jesús, mis pequeños sacrificios complacerán a Dios” (D. 915).