“Los títulos que atribuimos a la Madre de Dios nos hablan no obstante de ella, por encima de todo, como Madre del Crucificado y del Resucitado; como de aquella que, habiendo experimentado la misericordia de modo excepcional, « merece » de igual manera tal misericordia a lo largo de toda su vida terrena, en particular a los pies de la cruz de su Hijo; finalmente, como de aquella que a través de la participación escondida y, al mismo tiempo, incomparable en la misión mesiánica de su Hijo ha sido llamada singularmente a acercar los hombres al amor que El había venido a reveler” (Dives in misericordia, 9).
Madre de Dios, Madre del Crucificado, Madre del Resucitado, llamada a acercar a las personas al amor misericordioso del Salvador. Ella conoce a Jesús como ningún otro. Escuchó sus palabras, vio los milagros que realizó, pero también pasó 33 años con Él en medio de la vida cotidiana. La tarea de su madre es acercarnos a la verdadera imagen de Dios, Aquel que nos amó hasta la Cruz. Nadie como ella ha estado tan cerca de Jesús. Por eso María es el camino más seguro hacia Él. Y es ella quien puede enseñarnos cómo debemos acercar el amor de Dios a aquellos entre los que vivimos cada día.
¿Te fijas en la vida de María para imitarla en tu vida?
¿Cómo rezas el rosario? ¿Se ha convertido en una simple repetición de palabras, tal vez incluso mecánica?
Al rezar el rosario, ¿meditas los misterios de la vida de María y Jesús?
“Oh dulce Madre de Dios,
Sobre Ti modelo mi vida,
Tú eres para mí una aurora radiante,
Admirada me sumerjo toda en Ti.
Oh Madre, Virgen Inmaculada,
En Ti se refleja para mí el rayo de Dios.
Tú me enseñas cómo amar a Dios entre tormentas,
Tú eres mi escudo y mi defensa contra el enemigo” (D. 1232).
“Este mes me ejercitaré en tres virtudes que me recomendó la Madre de Dios: en la humildad, la pureza y el amor de Dios, aceptando con profunda sumisión la voluntad de Dios, todo lo que Él me envíe” (D.1624).