En nuestra última lección de Cuaresma, intentemos escuchar la sugerencia concreta que nos hace Jesús, al afirmar claramente que buscar la sanación fuera de Él no traerá resultados duraderos: Ahora, pon la cabeza sobre Mi pecho, sobre Mi Corazón y de él toma fuerza y fortaleza para todos los sufrimientos, porque no encontrarás alivio ni ayuda ni consuelo en ninguna otra parte (Diario 36). Tal vez, después de siete semanas de Cuaresma, ya percibimos la profundidad de estas palabras, y al mismo tiempo nos damos cuenta de que la invitación de Dios para que entremos en la herida en nuestro corazón no es tan simple. El pecado original nos dificulta poder ver en Jesús a nuestro mejor amigo y doctor.
En el «Diario», la ejemplar paciente Sor Faustina nos muestra el camino de la confianza en Dios: «descubre todas las heridas de su corazón, y Dios las cura y su sufrimiento se convierte en la fuente de su santificación” (cf. Diario 1487). Nos revela la imagen de Jesús Misericordioso, quien habiendo pasado triunfalmente a través de la puerta de la muerte, viene a nuestro encuentro. Él, al emerger de la oscuridad, no teme las tinieblas de nuestro sufrimiento. En definitiva, Él es la Luz del mundo. Él es muy delicado, tantas veces permite nuestro monólogo de acusaciones y pretensiones, para que todo lo acumulado a lo largo de los últimos años bajo el vendaje del tiempo, se lo podamos verbalizar. Él escucha con atención, aunque conoce cada detalle de nuestra vida, especialmente los más dolorosos. Él transforma nuestro sufrimiento en una gracia valiosa, que luego distribuye entre los pecadores.
Al terminar esta última lección, no nos preguntemos si en este momento cada una de nuestras heridas ha sido llenada de la gracia de Dios. Este proceso ciertamente ha comenzado, porque Dios tiene una respuesta para cada súplica del alma que sufre: Siempre que se dirigen a Mí, Me apresuro a ayudarlas, protegiéndolas con Mi misericordia y les doy el primer lugar en Mi compasivo Corazón (Diario 1682). Debemos recurrir a Jesús con cada sufrimiento para incorporarlo en la obra salvífica de la redención. Confiemos pues en que Él hará el milagro de la confianza en nuestro corazón, y nos hará capaces de rezar aquella oración que santa Sor Faustina rezaba en los momentos difíciles: Jesús mío, Tu me bastas por todo en el mundo. Aunque los sufrimientos son grandes, Tú me sostienes. Aunque los abandonos son terribles, Tú me los endulzas. Aunque la debilidad es grande, Tú me la conviertes en fuerza (Diario 1656).
Hna. Anna Maria Trzcińska ZMBM