Cuando descubramos nuestro sufrimiento ante Dios, Él ciertamente nos dará una respuesta muy personal. Y no siempre será una palabra que escuchemos con nuestro oído físico. Dios nos hablará al corazón y lo moverá de un modo como sólo Él sabe hacerlo. Curará nuestras heridas con su misericordia, lo cual puede ser por un lado algo doloroso, como cuando se desinfecta una herida, pero también nos traerá alivio, como cuando se unta la herida con aceite.
Jesús, al escuchar la oración de un hombre abrumado por el sufrimiento, nos indica su valor: No vives para ti, sino para las almas. Otras almas se beneficiarán de tus sufrimientos. Tus prolongados sufrimientos les darán luz y fuerza para aceptar mi Voluntad (Diario 67). Nos explica que no hay en nuestra vida sufrimiento que no se pueda aprovechar, incluso si es pequeño y aparentemente insignificante: Hija Mía, medita frecuentemente sobre Mis sufrimientos que padecí por ti y nada de lo que tú sufres por Mí te parecerá grande. Me agrada mas cuando contemplas Mi dolorosa Pasión; une tus pequeños sufrimientos a Mi dolorosa Pasión para que adquieran un valor infinito ante Mi Majestad (Diario 1512).
Sor Faustina tuvo la gracia que Dios, a veces, le permitía saber qué persona recibía alguna gracia por su sufrimiento. Cuando un día vio un cáliz lleno de hostias, escuchó una voz que decía: Estas Hostias fueron recibidas por las almas convertidas con tus plegarias y tu sufrimiento (Diario 709). Nosotros también confiamos en que personas, que quizás no conocemos, se beneficiarán de nuestro sufrimiento. Se trata de acontecimientos que Dios nos revelará en el Cielo. Entonces, descubriremos cuántas personas se han convertido debido a que, a pesar del alcoholismo de nuestro esposo, fuimos fieles en nuestro matrimonio. Descubriremos también a cuántas personas nuestro sufrimiento ha allanado el camino hacia el sacramento de la reconciliación. Y tal vez entonces también nuestros ojos se abrirán y comprenderemos las palabras escritas por santa Faustina en el “Diario”: Si los ángeles pudieran envidiar, nos envidiarían dos cosas: primero, La Santa Comunión y segundo, el sufrimiento (Diario 1804).
Hna. Anna Maria Trzcińska ZMBM