“Jesucristo ha enseñado que el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a «usar misericordia» con los demás: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7) (…) El hombre alcanza el amor misericordioso de Dios, su misericordia, en cuanto él mismo interiormente se transforma en el espíritu de tal amor hacia el prójimo. Este proceso auténticamente evangélico no es sólo una transformación espiritual realizada de una vez para siempre, sino que constituye todo un estilo de vida, una característica esencial y continua de la vocación cristiana” (Dives in misericordia, nº 14).
Cada uno de nosotros necesita la misericordia de Dios. Se puede decir que todos la anhelamos (más o menos conscientemente), porque ¿hay alguien que en lo más profundo de su corazón no quiera ser amado tal y como es, con toda la verdad sobre sí mismo, sobre lo bello y lo bueno, pero especialmente sobre lo que nos avergüenza y aquello en lo que fallamos?
El Papa Juan Pablo II nos enseña que para experimentar cada vez más plenamente el amor misericordioso de Dios, debemos mostrar ese amor a nuestro prójimo. Y no se trata solo de actos puntuales, obras de misericordia, sino de hacer de la actitud de misericordia nuestra forma de vida.
¿Te das cuenta de que necesitas la misericordia de Dios? ¿Anhelas esta experiencia?
¿Percibes que aquellos con quienes vives (especialmente aquellos que te son difíciles) también necesitan y quieren experimentar la misericordia en lo más profundo de sus corazones?
¿Ser misericordioso es realmente tu estilo de vida, o es solo bondad, desinterés que muestras a otros de vez en cuando?
“Deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir Su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo” (D. 163).
“Oh Jesús mío, Tú sabes qué esfuerzos son necesarios para tratar sinceramente y con sencillez con aquellos de los cuales nuestra naturaleza huye, o con los que hicieron sufrir consciente o inconscientemente, esto es imposible humanamente. En tales momentos más que en otras ocasiones, trato de descubrir a Jesús en aquellas personas y por este mismo Jesús hago todo para ellas” (D. 766).