“La Iglesia debe dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión de Mesías, profesándola principalmente como verdad salvífica de fe necesaria para una vida coherente con la misma fe, tratando después de introducirla y encarnarla en la vida bien sea de sus fieles, bien sea—en cuanto posible—en la de todos los hombres de buena voluntad” (Dives in misericordia, nº 12).
Reflexionando sobre estas palabras de que la Iglesia debe dar testimonio de la misericordia de Dios, cabe preguntarse: «La Iglesia, es decir, ¿quién?» ¿Se aplican estas palabras del Papa sólo a los sacerdotes, a los consagrados,a los laicos más implicados en la vida de la Iglesia? ¿Cómo suena en mis oídos «la Iglesia, es decir yo»? Soy parte de la Iglesia, parte del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. ¡La misión de Jesús, la misión de la Iglesia es, por tanto, mi misión!
¿Sabes cuál es la misión de la Iglesia? ¿Cómo la realizas en tu vida personal?
¿Con qué frecuencia lees y reflexionas sobre los documentos de la Iglesia, sobre lo que dice el Papa, sucesor de San Pedro?
“Oh, cuanto amo a la Santa Iglesia y a todos quienes viven en ella. Los miro como miembros vivos de Cristo que es su Cabeza. Me inflamo de amor con los que aman, sufro con los que sufren, el dolor me consume mirando a los tibios y a los ingratos; entonces procuro un amor tan grande hacia Dios que compense por aquellos que no lo aman, que alimentan a su Salvador con negra ingratitud” (D. 481).