“La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte: en efecto, « cada vez que comemos de este pan o bebemos de este cáliz », no sólo anunciamos la muerte del Redentor, sino que además proclamamos su resurrección, mientras esperamos su venida en la gloria (Cfr. 1 Cor 11, 26; aclamación en el «Misal Romano»). El mismo rito eucarístico, celebrado en memoria de quien en su misión mesiánica nos ha revelado al Padre, por medio de la palabra y de la cruz, atestigua el amor inagotable, en virtud del cual desea siempre El unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos” (Dives in misericordia, 13).
¡Qué gran misericordia nos ha mostrado Dios al quedarse en la Eucaristía! ¡Qué fácil tenemos el acceso a esta Fuente de misericordia de la que podemos extraer vida y todas las gracias que necesitamos! Aquí es donde está el remedio para cada una de nuestras heridas, aquí está la fuerza para las dificultades de la vida, aquí está la presencia silenciosa y humilde de nuestro Salvador que quiere habitar en nuestros corazones. La eternidad no será suficiente para agradecer a Dios por este don de la misericordia…
¿Cómo respondes a la invitación de Jesús que te espera en la Eucaristía?
¿Encuentras tiempo para adorar a Dios misericordioso escondido en el Santísimo Sacramento?
“Tú, oh Señor, partiendo de esta tierra deseaste quedarte con nosotros y Tú dejaste a Ti Mismo en el Sacramento del Altar y nos abriste de par en par Tu misericordia. No hay miseria que Te pueda agotar; llamaste a todos a esta fuente de amor, a este manantial de piedad divina. Aquí está el trono de Tu misericordia, aquí el remedio para nuestras enfermedades. Hacia Ti, oh Fuente viva de Misericordia corren todas las almas: unas como ciervos, sedientos de Tu amor, otras para lavar la herida de sus pecados; otras todavía, cansadas de la vida, para tomar fuerzas” (D. 1747).