”En su resurrección Cristo ha revelado al Dios de amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía hacia la resurrección. Por esto —cuando recordamos la cruz de Cristo, su pasión y su muerte— nuestra fe y nuestra esperanza se centran en el Resucitado: en Cristo que « la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado… se presentó en medio de ellos » en el Cenáculo, «donde estaban los discípulos,… alentó sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados y a quienes los retengáis les serán retenidos» (cfr. J 20, 19-23)” (Dives in misericordia, 8).
Jesús resucitado viene a los Apóstoles encerrados en el Cenáculo para concederles un extraordinario don de la misericordia: el perdón de los pecados. ¡Somos pecadores perdonados! ¡Somos hijos del Padre para los que el cielo está abierto! ¡Y no existe situación en nuestras vidas que no tenga salida o sea desesperada! Dado que Jesús ha vencido la muerte y ha resucitado de las tinieblas, confiamos que Él nos va a sacar de nuestras tinieblas y que Su misericordia tiene el poder de resucitar incluso a los pecadores más empedernidos.
¿Cómo vives el sacramento de la penitencia y la reconciliación?
¿Es para ti un encuentro con el Dios misericordioso que quiere perdonarte y abrazarte a su Corazón de Padre?
“No tengas miedo, alma pecadora, de tu Salvador; Yo soy el primero en acercarme a ti, porque sé que por ti misma no eres capaz de ascender hacia Mi. No huyas, hija, de tu Padre; desea hablar a solas con tu Dios de la Misericordia que quiere decirte personalmente las palabras de perdón y colmarte de Sus gracias. Oh, cuánto Me es querida tu alma. Te he asentado en Mis brazos. Y te has grabado como una profunda herida en Mi Corazón” (D. 1485).
“Di a las almas que es en el tribunal de la misericordia donde han de buscar consuelo; allí tienen lugar los milagros más grandes y se repiten incesantemente. Para obtener este milagro no hay que hacer una peregrinación lejana ni celebrar algunos ritos exteriores, sino que basta acercarse con fe a los pies de Mi representante y confesarle con fe su miseria, y el milagro de la Misericordia de Dios se manifestará en toda su plenitud. Aunque un alma fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de vista humano no existiera esperanza alguna de restauración y todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. El milagro de la Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud” (D. 1448).