”La Iglesia parece profesar de manera particular la misericordia de Dios y venerarla dirigiéndose al corazón de Cristo. En efecto, precisamente el acercarnos a Cristo en el misterio de su corazón, nos permite detenernos en este punto en un cierto sentido y al mismo tiempo accesible en el plano humano—de la revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del Hombre” (Dives in misericordia, nº 13).
El corazón de Jesús siempre está abierto a nosotros, pecadores. Del corazón del Salvador traspasado en la cruz, siguen fluyendo corrientes de misericordia, sangre y agua, que nos purifican, justifican y nos llenan de la vida de Dios. Siempre podemos acercarnos al Corazón Misericordioso de Jesús con confianza, incluso si tenemos muchos pecados en nuestra conciencia: Él nos comprende y siempre está dispuesto a perdonarnos.
¿Con qué frecuencia agradeces a Jesús por su misericordia, que te ha mostrado al permitir que su Sagrado Corazón fuera traspasado con una lanza?
¿Puedes presentarte ante Jesús con toda la verdad sobre tu corazón débil y herido?
¿En qué medida tu corazón se vuelve similar al Corazón Misericordioso de Jesús (en situaciones concretas, en las relaciones)?
“Por ti permití que Mi Sagrado Corazón fuera abierto por una lanza, y abrí la Fuente de la Misericordia para ti. Ven y tomá las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré un corazón arrepentido, tu miseria se ha hundido en el abismo de Mi misericordia. ¿Por qué habrías de discutir Conmigo sobre tu miseria? Hazme el favor, dame todas tus penas y toda tu miseria y Yo te colmaré de los tesoros de Mis gracias” (D. 1485).
“He sido tu Maestro; lo soy lo seré. Procura que tu corazón se asemeje a Mi Corazón manso y humilde. No reclames nunca tus derechos. Soporta con gran calma y paciencia todo lo que te pase; no te defiendas cuando toda la vergüenza recaiga sobre ti injustamente; deja que triunfen los demás. No dejes de ser buena si adviertes que abusan de tu bondad; cuando sea necesario Yo Mismo intervendré en favor tuya. Agradece por la más pequeña de mis gracias, porque esta gratitud Me obliga a concederte nuevas gracias… (D. 1701).