El 30 de abril de 2000, el Santo Padre Juan Pablo II unió al grupo de santos a nuestra patrona, Santa Faustina. Ese día, también estableció la Fiesta de la Misericordia para la Iglesia en todo el mundo. En la plaza de San Pedro en Roma dijo:
“La canonización de la hna. Faustina tiene una elocuencia particular: con este acto quiero transmitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos.
El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la primera carta del apóstol san Juan: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos» (1 Jn 5, 2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos.
En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!”
Que estas palabras del Santo Papa sean un nuevo impulso para abrir nuestro corazón a la experiencia de la Misericordia de Dios y mostrarla a aquellos entre los que vivimos cada día.