“Precisamente, en este amor «misericordioso», manifestado ante todo en contacto con el mal moral y físico, participaba de manera singular y excepcional el corazón de la que fue Madre del Crucificado y del Resucitado —participaba María—. En ella y por ella, tal amor no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Tal revelación es especialmente fructuosa, porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre” (Dives in misericordia, 9).
María es para nosotros un don extraordinario de la Divina Misericordia. Dios sabía que necesitamos una Madre, que entienda todo, que nos abrace con amor a su Inmaculado Corazón, por eso nos dio a María por Madre nuestra, y nos entregó bajo su protección maternal. A través de María Dios nos envía todas las gracias. Su misericordia nos llega a través de su Corazón Inmaculado formado a imagen del Corazón misericordioso de Jesús.
¿Cómo es tu relación con María?
¿Acudes a Ella como a la persona más cercana que te conoce, te ama y se preocupa por ti con su cuidado maternal?
¿Le confías tu vida, vocación, familia y todos tus asuntos?
“Oh María, Madre y Señora mía. Te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi vida y mi muerte y todo lo que vendrá después de ella. Pongo todo en tus manos, oh mi Madre. Cubre mi alma con tu manto virginal y concédeme la gracia de la pureza de corazón, alma y cuerpo.Con tu poder defiéndeme de todo enemigo” (D. 79).
“Oh María, Madre mía amadísima, dirige mi vida interior de modo que sea agradable a Tu Hijo” (D. 240).