”La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia —el atributo más estupendo del Creador y del Redentor— y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. En este ámbito tiene un gran significado la meditación constante de la palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente y madura en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación” (Dives in misericordia, nº 13).
¡La Eucaristía es un don inconcebible de la Misericordia de Dios para nosotros! Todos los días podemos acercarnos a las fuentes de la misericordia del Salvador, alimentarnos con Su Cuerpo y Su Sangre, y permanecer en oración en la adoración silenciosa ante el Santísimo Sacramento. Demos gracias a Dios por la Iglesia que, como buena madre, alimenta, limpia y cuida nuestra alma. Oremos también por los sacerdotes, administradores de la misericordia de Dios, para que la proclamen y la «distribuyan» a todos los necesitados.
¿Aprovechas a menudo los Tesoros que Jesús nos dejó en la Iglesia, es decir, los sacramentos de la penitencia y reconciliación y la Eucaristía?
¿Encuentras tiempo para adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento?
¿Cómo ayudas a los sacerdotes con la oración?
“Oh Jesús mío, Te ruego por toda la Iglesia: concédele amor y luz de Tu Espíritu, da poder a las palabras de los sacerdotes para que los corazones endurecidos se ablanden y vuelvan a Ti, Señor. Señor, danos sacerdotes santos; Tú Mismo consérvalos en la santidad. Oh Divino y Sumo sacerdote, que el poder de Tu misericordia los acompañe en todas partes y los proteja de las trampas y asechanzas del demonio, que están siendo tendidas incesantemente para [atrapar a] las almas de los sacerdotes. Que el poder de Tu misericordia, oh Señor, destruya y haga fracasar lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes ya que Tú lo puedes todo” (Diario 1052).
“Me veo tan débil que si no tuviera la Santa Comunión, caería continuamente; una sola cosa me sostiene y es la Santa Comunión. De ella tomo fuerza, en ella está mi fortaleza. Temo la vida si algún día no recibo la Santa Comunión. Tengo miedo de mi misma. Jesús oculto en la Hostia es todo para mí. Del tabernáculo tomo fuerza, poder, valor, luz; es aquí donde busco alivio en los momentos de tormento. No sabría cómo glorificar a Dios si no tuviera la Eucaristía en mi corazón” (Diario 1037).